Especial de Halloween | ¿El bolso es apestoso?
Lo siguiente que leerán, es una historia real
Todo comenzó hace un par de años, cuando mi hermosa juventud aún era consumida por la miseria universitaria. Por ese entonces, estaba obsesionada con la novela El código Da Vinci, así que en cuanto supe que tendría una asignatura en donde estudiaríamos simbología universal, mi alma ñoña no pudo sentirse más agradecida de los ramos obligatorios de la facultad. Naturalmente, las clases terminaron siendo un duro golpe de expectativas v/s realidad, pero para ser justos, al menos mi profesor lo intentaba y hubo una clase en particular que logró recobrar todo mi interés perdido.
Para esa clase el profesor Pequeño ideó un interesante recorrido por el cementerio de la ciudad que me mantuvo entusiasmada toda la semana previa a la visita. Ese día, citó a toda la clase en la entrada del lugar y posteriormente se lució contándonos algunas leyendas y mitos urbanos sobre diferentes mausoleos y tumbas. Para el final del itinerario me sentía como una auténtica versión de Robert Langdon, encontrando símbolos ocultos en cada lápida que aparecía al paso.
No fui la única que quedó enganchada del tema, así que cuando el profesor Pequeño nos explicó en qué debía consistir el informe que tendríamos que entregar la semana siguiente, con mi amigo Bambi no dudamos en regresar otro día para tomar buenas fotografías de respaldo. Hasta aquí, lo más tenebroso del relato es mi interés por querer entregar un buen informe.
Cuando regresamos al cementerio, era una bonita y soleada tarde de otoño. Como era un día de semana no nos encontramos con nadie más, salvo por una pareja de vagabundos y un par de jardineros despreocupados que trabajaban en silencio. Al principio nos tomamos nuestra reaparición en el lugar con bastante seriedad, volvimos a los hitos más importantes que el profesor Pequeño nos había señalado en su recorrido y Bambi pudo tomar fotos increíbles, pero después de un rato, he de admitir que Bambi y yo sucumbimos ante un imperioso arrebato de inmadurez. No recuerdo quién fue el primero en reírse de las expresiones de sufrimiento de las esculturas mal restauradas, ni quién fue el que se tomó la primera fotografía imitando a los ángeles de los mausoleos, pero estuvimos tonteando entre las lápidas por tanto tiempo, que cuando recobramos la compostura, el sol ya había bajado de manera alarmante y no estábamos ni remotamente cerca de la salida del lugar. Después de un rato de dar vueltas en círculos y unas cuantas discusiones, logramos encontrar la salida y volvimos a nuestros hogares con un montón de fotos tontas que hasta el día de hoy nos causan gracia y los pies cansados de tanto caminar.
Nunca voy a entender por qué lo que pasó después me afectó solo a mi, pero los días siguientes, un terrible olor a pescado podrido comenzó a seguirme en los momentos más inoportunos e inesperados. La primera vez que sentí aquél perfume zombie, fue mientras iba camino a la universidad. Al principio creí que habíamos pasado por una estación apestosa y el olor había quedado atrapado en el vagón del metro, pero nadie más pareció notarlo. Estaba convencida que se me había quedado impregnado el olor en la nariz porque seguí sintiéndolo incluso en clases. Recuerdo haber preguntado a mis compañeros si sentían algún olor desagradable, pero entre el humo de cigarrillos, pegamento tóxico y pintura a los que solíamos estar expuestos, sospecho que nos habíamos hecho un poco insensibles a olores más sutiles (aunque aquel hedor no tenía nada de sutil). Me sentí incómodamente apestosa todo el resto del día y cuando al fin estuve de vuelta en casa, me di una ducha larguísima que pareció acabar con el problema... o al menos así fue hasta dos días después; Mientras estaba sentada luchando contra el aburrimiento de la clase de turno y trataba de hacer dibujitos en mi cuaderno para matar el tiempo tomar apuntes como la universitaria responsable y seria que era, una ola de hedor putrefacto me golpeó justo después de agacharme a recoger un lápiz. Otra vez seguía sin entender cómo mis demás compañeros continuaban sin inmutarse de lo que ocurría. Apenas tuve oportunidad, abrí todas las ventanas pero lo único que conseguí fue congelarnos a todos.
El olor siguió apareciendo todo el resto de la semana, pero no fue hasta encontrarme sentada en medio del aula del profesor Pequeño, que se me ocurrió que podría estar siendo víctima de algo "paranormal" asociado a nuestra segunda visita al cementerio. Cuando le conté a Bambi lo que ocurría pareció preocupado (o al menos intrigado) por mi relato, pero a él no le había sucedido nada extraño y ni siquiera sentía el olor nauseabundo cuando estábamos en el mismo lugar, así que seguía teniendo un caso sin resolver y la frustración de no tener ninguna prueba. He de admitir que la "arbitrariedad del más allá" también me irritaba un poco (aunque probablemente por comentarios como éste decidieron fastidiarme a mi y no a Bambi...).
Como en toda película mala de terror, el origen del problema resulta tan obvio y predecible para el espectador, que el autocuestionamientio sobre "por qué no cambio el canal" lucha contra el sentimiento de exasperación (y morbo) causado por la estupidez de los personajes y la sobre actuación de un mal libreto. Como en esta historia Bambi y yo éramos los protagonistas, nos tomamos muy enserio nuestro rol de ingenuos y perdimos varios "minutos de rodaje" y paciencia televisiva sacando malas hipótesis de lo ocurrido. Como principal teoría del génesis maloliente estaba el bolso que solía llevar para todos lados. Según mi parecer, el hedor provenía de él y eso explicaba por qué siempre era yo la primera en percibirlo. El hecho de que nadie más podía sentirlo, era un detalle absolutamente irrelevante para mi. Ahora que lo pienso, tampoco puedo explicar por qué seguía usando ese bolso si creía que era la "zona cero" del hedor, pero bueno... digamos que estaba interpretando mi papel de manera convincente.
El olor siguió apareciendo todo el resto de la semana, pero no fue hasta encontrarme sentada en medio del aula del profesor Pequeño, que se me ocurrió que podría estar siendo víctima de algo "paranormal" asociado a nuestra segunda visita al cementerio. Cuando le conté a Bambi lo que ocurría pareció preocupado (o al menos intrigado) por mi relato, pero a él no le había sucedido nada extraño y ni siquiera sentía el olor nauseabundo cuando estábamos en el mismo lugar, así que seguía teniendo un caso sin resolver y la frustración de no tener ninguna prueba. He de admitir que la "arbitrariedad del más allá" también me irritaba un poco (aunque probablemente por comentarios como éste decidieron fastidiarme a mi y no a Bambi...).
Como en toda película mala de terror, el origen del problema resulta tan obvio y predecible para el espectador, que el autocuestionamientio sobre "por qué no cambio el canal" lucha contra el sentimiento de exasperación (y morbo) causado por la estupidez de los personajes y la sobre actuación de un mal libreto. Como en esta historia Bambi y yo éramos los protagonistas, nos tomamos muy enserio nuestro rol de ingenuos y perdimos varios "minutos de rodaje" y paciencia televisiva sacando malas hipótesis de lo ocurrido. Como principal teoría del génesis maloliente estaba el bolso que solía llevar para todos lados. Según mi parecer, el hedor provenía de él y eso explicaba por qué siempre era yo la primera en percibirlo. El hecho de que nadie más podía sentirlo, era un detalle absolutamente irrelevante para mi. Ahora que lo pienso, tampoco puedo explicar por qué seguía usando ese bolso si creía que era la "zona cero" del hedor, pero bueno... digamos que estaba interpretando mi papel de manera convincente.
Con el pasar de los días, terminé agotando todas las instancias para sacar a colación el tema y compartir nuevas teorías. Bambi, como el buen amigo que es, hacía el esfuerzo por fingir interés en el asunto, pero al darme cuenta que no tenía cómo resolver la situación y que ya llevaba un par de semanas hablando de lo mismo, me terminé resignando. Viviría una vida nauseabundamente apestosa desde ahora en adelante.
Ese viernes viajé a la casa de mis papás con la esperanza de tener "una tregua espiritual" y que el hedor esperara por mi regreso a la capital, pero como es lógico, eso tampoco ocurrió.
Recuerdo haber estado viendo un programa en la televisión con mi mamá, cuando la ola maloliente atacó sin piedad. Traté de ignorarlo como intentaba hacer desde que me había resignado ante el hedor, pero cuando mi mamá también se quejó con una mueca de asco contenida, no pude evitar mirarla con sorpresa, ¡ella también lo sentía!
Al principio no pude evitar alegrarme, definitivamente no era algo que había estado imaginando, pero lo que pensé inmediatamente después de aquel alivio fugaz, fue preocupación y culpa. Preocupación porque no estaba segura de qué se trataba aquella peste y siempre estaba la posibilidad de que fuera algo realmente serio o peligroso, y culpa porque había arrastrado a una persona inocente a mi condena apestosa. Al igual como había hecho antes, tratamos de corroborar con más personas lo que sentíamos, pero todos parecían desconcertados sin entender a qué nos referíamos y por qué arrugábamos tanto la nariz. Cuando descubrimos que estábamos en esto solo las dos, decidí confesar.
Al principio no pude evitar alegrarme, definitivamente no era algo que había estado imaginando, pero lo que pensé inmediatamente después de aquel alivio fugaz, fue preocupación y culpa. Preocupación porque no estaba segura de qué se trataba aquella peste y siempre estaba la posibilidad de que fuera algo realmente serio o peligroso, y culpa porque había arrastrado a una persona inocente a mi condena apestosa. Al igual como había hecho antes, tratamos de corroborar con más personas lo que sentíamos, pero todos parecían desconcertados sin entender a qué nos referíamos y por qué arrugábamos tanto la nariz. Cuando descubrimos que estábamos en esto solo las dos, decidí confesar.
Le conté a mi mamá que llevaba semanas sintiendo ese olor, que nadie más parecía notar nada y que al parecer se había originado después de nuestra visita al cementerio. También le conté sobre mi teoría del bolso apestoso (que ignoró por completo) y me escuchó frunciendo el ceño sólo como las madres que quieren respuestas pueden hacerlo.
Mi mamá no cree mucho en cosas paranormales, me semi regañó más por haber tonteando irrespetuosamente en un cementerio que por la posibilidad de haber perturbado a los muertos, pero ya que no teníamos ninguna idea de qué hacer, sugirió leer un Salmo sin mucha convicción. Creo que las dos nos sentíamos un poco tontas y escépticas; ella leía en voz alta y un poco incómoda y yo la miraba con ojos redondos sin saber qué hacer. Para mi sorpresa, cuando terminó de leer aquel Salmo, cuyo número no recuerdo, el olor se fue y la habitación cambió su olor a un aroma agradable que no supe identificar (paradójicamente, nunca he tenido buen olfato). Mi mamá también notó el cambio inmediatamente. Nos miramos en silencio, cerró la Biblia y me dijo con su tono autoritario de madre: "no vuelvas a hacer tonteras, ¿ya?"
Mi mamá no cree mucho en cosas paranormales, me semi regañó más por haber tonteando irrespetuosamente en un cementerio que por la posibilidad de haber perturbado a los muertos, pero ya que no teníamos ninguna idea de qué hacer, sugirió leer un Salmo sin mucha convicción. Creo que las dos nos sentíamos un poco tontas y escépticas; ella leía en voz alta y un poco incómoda y yo la miraba con ojos redondos sin saber qué hacer. Para mi sorpresa, cuando terminó de leer aquel Salmo, cuyo número no recuerdo, el olor se fue y la habitación cambió su olor a un aroma agradable que no supe identificar (paradójicamente, nunca he tenido buen olfato). Mi mamá también notó el cambio inmediatamente. Nos miramos en silencio, cerró la Biblia y me dijo con su tono autoritario de madre: "no vuelvas a hacer tonteras, ¿ya?"
Y eso fue todo.
Nunca entendí por qué sólo las dos sentimos aquella peste y nunca entenderé cómo funcionan los salmos ni por qué me deshice del bolso.
(Final malo de película pobre)
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